El duelo como ya hablamos no es un evento lineal ni universal, es decir, varía de persona a persona. Esto sugiere que hay ciertas cosas que pueden mediar la manera en que se vive el duelo.
Todo aquello que se relacione con nosotros y la persona que falleció, resulta crucial o fundamental para comprender la forma en que nos sentimos. Por ejemplo, los pensamientos que llegan a nosotros, los sentimientos que se generan a partir de la pérdida y la manera en que los enfrentamos, no solamente hablan en aislado de la persona que falleció, su historia o la relación que tuvimos, más bien tratan de la importancia y los significados que nosotros otorgamos a dichas acciones o a la interacción que tuvimos con ella. Vamos entonces a conocer estos mediadores.
1. Tiempo y actividades compartidas con la persona que falleció.
Una vez que inicia el duelo se experimentan cambios en lo cotidiano, aquel vínculo y convivencia que parecía normal o segura, ya no esta de la misma manera, se experimenta un vacío porque ahora esas cosas nos recuerdan constantemente la ausencia. Ejemplo: si siempre nos llegaba una llamada de la persona en un horario específico, tendremos el deseo de que el teléfono suene; si estábamos acostumbrado a acudir por los alimentos para la casa con esa persona, ahora no sabemos cómo hacerlo solos.
Es común también comenzar a tomar nuevas responsabilidades ante actividades que eran realizadas por quien se fue, es decir, no sólo perdimos a la persona, perdimos a nuestro acompañante de compras, de charlas, a nuestro héroe o heroína al momento en que algo se descomponía o algún insecto nos atacaba, etc. Mientras más actividades se vean modificadas por la pérdida, la persona se puede sentir abrumada, pero también le permite buscar alternativas que la lleven a nuevas experiencias y aprendizajes.
2. Conflictos o diferencias con la persona.
Aquellos que se quedan comienzan a poner en claro significados, repasan parte de las situaciones que vivieron, lo cual también engloba aquellas experiencias agradables y otras que no lo fueron tanto. En caso que existieran problemáticas que no fueron resueltas durante la convivencia, algunas emociones que pudieran presentarse en mayor medida son enojo, culpa o confusión por lo que es indispensable comenzar a reconstruir significados en compañía de un psicólogo.
3. Cosas o situaciones pendientes.
A partir del punto anterior, es posible que nuestra reflexión nos lleve a presentar un deseo por regresar al pasado, haber hecho las cosas diferentes y resolver lo pendiente. Esto es muy común, aun si no se trata de problemáticas sino de planes que se tenían y no pudieron lograrse, es por eso que comenzar a analizar nuestros pensamientos, emociones y conductas nos puede ayudar a darle respuesta a esos pendientes, servir como un impulso para crear nuevos planes y poco a poco comenzar a mirar el presente sin olvidar nuestro pasado.
4. La última vez que se vieron.
Este es uno de los elementos que suele permanecer con mayor insistencia en el pensamiento de aquellos que se quedan. Lo que se platicó, si tuvieron alguna discusión, si fue una charla muy íntima, el rostro de la persona, la condición, etc. Al ser un recuerdo tan fuerte, es indispensable que se vaya analizando poco a poco y se acompañe de otros recuerdos, de antecedentes, razones, contexto, etc., esto puede ayudar a ver las cosas de manera más clara y amplia. En caso que la persona presente culpa por algo que sucedió, puede empezar a reconocerla y trabajar en ello; también ayudará a que quien falleció sea recordado en su totalidad, tanto con las características que eran de total agrado como las que no tanto y que la conformaron en vida, haciéndola único o única.
Estos elementos mediarán el duelo, al igual que otros factores personales como habilidades, estilos de afrontamiento, etc. Se deben comenzar a identificar, para a partir de esto trabajar en las distintas emociones que se experimentan a lo largo de las diferentes etapas de duelo y así irlo elaborando poco a poco.
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